Es cierto. La luz al
final del túnel comienza a vislumbrarse, y con su insípido resplandor comienza
a asomar la negritud de un gobierno infame.
Apostado en la perversa vereda del cinismo, descansa firme
en su férrea postura, aquel que con su
bucólica impronta, pero con afiladas garras, vino a dar rienda suelta a su más
obscura obsesión. Esa que todo lo aniquila, todo lo espanta, todo lo mata.
Enmascarada en frases armadas por un mercantilista falaz que a las
sombras opera cual inexperto despostador la cotidianeidad avanza sin que medie
oposición alguna más allá de algún iluminado que firma con la mano lo que ha
negado en el discurso.
Sectores acomodados de la sociedad no solo celebran, sino
que además han de convertirse en constructores de absurdas justificaciones
impensadas incluso por los nuevos constructores del relato oficial.
Se habla pero no se dice, se cuenta pero no se explica y
entre mentiras reveladas o verdades ocultadas transita todo aquel que aun
viendo no quiere ver o, lo que es peor, se niega a admitir la realidad subyacente
dando por cierta aquella que las corporaciones intentan, y con mucho éxito,
imponer desde las letras de molde.
No sólo se desconocen las atrocidades pasadas. Se las
minimiza y justifica. O lo que es mucho más curioso: se las intenta hacer
desaparecer, no solo del calendario sino también de la memoria colectiva.
Destruir la memoria colectiva no es más que la misma
destrucción de la historicidad de un pueblo. Es regar las raíces mismas de la historia
con vinagre. En definitiva es borrar de un plumazo la complicidad ejercida por quienes
hoy gobiernan en los años más duros de la República.
La sociedad se agrieta, se corrompe, se desvirtúan sus ideas
y pensamientos. Todo se justifica en pos de un país mejor. Los muros se
levantan y alimentan. Se desconoce, adrede, la influencia inmigratoria para la
consolidación y la grandeza de la nación.
Todas las medidas tomadas y las que se están por tomar han
sido para proteger “a los que más tienen”
Los sectores medios reclaman para sí lo que por derecho
propio les corresponde, no sea cosa de seguir manteniendo vagos.
Los sectores más bajos hacen lo suyo al señalar que todo es
culpa del inmigrante latino.
Los ricos siguen sin pedir permiso mientras Él sonríe, se divierte y juega a ser presidente.
No hablo de Donald Trump. Sino de Mauricio Macri.
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